Toledo. Llegada de la familia y vida en Toledo

Versión 01-11-2021

Cualquiera que fuera el motivo del traslado, en el año 1921 la familia ya se encontraba viviendo en la capital de la provincia, coincidiendo con el momento en el que se produce un importante movimiento migratorio del campo a las ciudades, y para el caso concreto de su pueblo de procedencia, probablemente relacionado con un hecho concreto que afectó específicamente a Val de Santo Domingo, en ese momento, pero no al resto de la comarca. 

En la década de los veinte, Toledo era una pequeña ciudad de apenas 26.000 habitantes, aunque comparada con el pueblo, a Antonio, que por aquel entonces tenía 11 años, debió parecerle muy grande. Ya se sabe que de pequeños no solemos apreciar con exactitud las dimensiones de los espacios, que parecen mucho más grandes, al igual que no percibimos de la misma manera el paso del tiempo.


La ciudad se había mantenido prácticamente estancada en cuanto al espacio que ocupaba, encerrada entre sus murallas hasta principio del siglo XX, que ocupaba todo promontorio rocoso. Según los descubrimientos arqueológicos que han tenido lugar en los últimos años, parece que en época romana, visigoda e islámica, la ciudad era mucho más extensa, ya que se prolongaba por parte de lo que hoy son las vegas, principalmente la Vega Baja, y mucho más poblada.

Varios hitos a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, provocaron la aparición de pequeños barrios extramuros, que poco a poco fueron consolidándose. En 1858 llega el ferrocarril a Toledo, y en 1916 se empieza a construir la estación en el barrio de Santa Bárbara; la plaza de toros fue inaugurada en 1866 en el barrio de San Antón, y la Fábrica de Armas, se había instalado en su ubicación actual, en la Vega Baja, en 1780, teniendo continuas ampliaciones a partir de entonces.

A pesar de todo, la ciudad, en los años 20 del siglo pasado, presentaba fuera de las murallas un aspecto eminentemente rural, completamente rodeada de campos de cultivos, ganado, y huertos en las vegas.

A lo largo de toda la historia, antes de la invención de los métodos modernos de refrigeración, los núcleos urbanos basaban su subsistencia en la agricultura y ganadería desarrollada en el entorno inmediato. Las vegas del Tajo, más o menos amplias, según la zona, encajadas entre los materiales terciarios, arcillosos al norte, y la roca granítica de la meseta cristalina al sur, son el resultado del discurrir del río a lo largo y ancho de su llanura de inundación, y de las crecidas, que desbordándolo cada año, antes de la regulación de sus aguas mediante embalses, abonaban con un limo rico en nutriente la tierra. No es extraño encontrar en prácticamente todas las pequeñas elevaciones que se levantan unos metros sobre el nivel de la llanura,  restos de asentamientos de todos los pueblos que pasaron por aquí: íberos, romanos, visigodos, musulmanes y cristianos. Desde sus asentamientos,  protegidos de las inundaciones, explotarían las tierras circundantes, más bajas y llanas, con el fin de obtener los alimentos que necesitaban.


La agricultura, en consecuencia, todavía en los primeros años del siglo XX con una débil industrialización, era una de las primeras ocupación de la población, que  precisaba y permitía la ocupación de gran número de trabajadores.

Como corresponde a una familia procedente del medio rural, y cuyo cabeza de familia había desempeñado siempre oficios vinculados con las explotaciones agrícolas, y en una época en la que el medio de transporte para ir al trabajo eran las piernas propias,  el domicilio se ubicará en las proximidades de los lugares de trabajo, allí donde había campos de cultivos, o huertas. Era de esperar que, la familia al completo, progenitores e hijos, como era normal en aquélla época entre las familias humildes, trabajaran en el campo sin que, probablemente, acudieran a la escuela.



Cuando la ciudad fue creciendo, y el trabajo especializándose, surgiendo oficios artesanales. Era necesario alimentar a un número cada vez mayor de personas que se dedicaban a estos menesteres. Antes de la generación del transporte de mercancías a grandes distancias y de la refrigeración, los alimentos debían producirse en el entorno inmediato. La vega alta y la baja de Toledo, situadas al este y oeste de la ciudad amurallada, se beneficiaban anualmente de las inundaciones que renovaban y abonaban el substrato, creando suelos muy ricos para el cultivo de alimentos frescos de huerta. La gran productividad de las vegas permitió generar excedentes suficientes para alimentar a los habitantes y, por lo tanto, permitió el crecimiento del núcleo urbano principal. Estas actividades agrícolas daban trabajo a un número importante de personas en base al crecimiento de la demanda de productos agrícolas. Las tierras eran regadas fácilmente por los sistemas de regadío. Desde tiempos inmemoriales las acequias han surcado las vegas, transportando el agua procedente de las norias movidas por la corriente del río, o por animales (norias de sangre), allá donde se necesitara. En las vegas se cultivaban todo tipo de árboles frutales, u hortalizas, y más allá, en la ladera norte olivos, almendros y otros cultivos de secano. Los escarpes y terrenos al sur de la ciudad, por sus características mineralógicas, eran menos productivos. En las zonas más planas, bien en esas laderas o en las planicies existentes al norte o el sur, una vez superada las pendientes del valle fluvial, se cultivaba todo tipo de cereales que, una vez recogidos a su tiempo, eran transportados mediante caballerías para su procesamiento a los molinos existentes cada pocos metros en las márgenes del Tajo.


El río, de aguas cristalinos entonces, proporcionaba diversos tipos de pescado fresco, y la fuerza de sus aguas se utilizaron durante cientos de años para mover las norias que elevaban el agua para distribuirla luego por los campos de cultivo, las piedras de moler el cereal de los molinos harineros, o los mecanismos de los batanes para transformar y acabar los tejidos, representando toda una fuente de riqueza para los habitantes de sus riberas. Desde principios del siglo XX, el río se llenó de nuevas presas y edificios dedicados a albergar las turbinas que generarán la electricidad.


La llegada de la familia a Toledo coincide con el golpe de estado de Primo de Rivera, dictador que, con el apoyo de Alfonso XIII, se mantuvo en el poder desde 1923 hasta 1930. 

Un mundo nuevo empezó a configurarse con el inicio de la gran depresión económica que se produjo en EE.UU en el año 1929, que afectó a Europa en los primeros años de la década de los 30, con la pérdida de la confianza de los gobiernos democráticos basada en esa crisis y los innumerables casos de corrupción e inmoralidad que alcanza de lleno a la clase política.

Es difícil, si no imposible, seguir la pista de una familia de agricultores pobres en aquellos años, cuando no existía internet, y todos los documentos se escribían a mano o a máquina. Si por cualquier circunstancia dejaron su rastro, sólo el azar podría hacer que apareciera algún indicio. Las pocas informaciones disponibles permiten saber que la vida de la familia se desarrolló en un espacio geográfico muy concreto, siempre en el norte de la ciudad, en el entorno de la Ermita de San Eugenio, probablemente en relación con las tierras de labor y las vegas existentes tanto en la vertiente oeste, como este, y las laderas y montes próximos y en los márgenes de la carretera de Madrid.  En enero de 1930, cuando Antonio contaba con 20 años,  la familia vivía en el Paseo de San Eugenio nº 5, aunque no he podido identificar con exactitud donde se encontraba en aquel momento esta calle y número. La mayoría de los planos históricos de Toledo se centran casi en exclusiva en el casco histórico, y los espacios exteriores que se representan, por el norte, no alcanzan, normalmente, más allá de la Plaza de Toros. En un plano de 1900 del Archivo Municipal de Toledo, no aparece el  Paseo de San Eugenio tal y como lo conocemos hoy en día, sino que la actual calle de San Antón, en ese año recibía el nombre de Paseo de San Roque, ya que la ermita se denominaba así. Puede verse también, al sur, la Ermita de San Eugenio. Todo alrededor, es campo. Es probable que ya en la década de los 20, se hubieran construido algunas de las viviendas bajas que han existido hasta hace pocos años por debajo del muro que conforma el paseo actual, en el germen de lo que podría ser entonces el barrio de San Antón, al oeste del camino del cementerio. En un plano de 1909, no se aprecia ninguna diferencia. 



En el padrón de 1935 la calle en la que aparece domiciliada la familia es la Calle Cañada. Tampoco he conseguido localizar esta calle, aunque podría corresponder a la cañada que bajaba aproximadamente por lo que hoy es la Avenida de Portugal, desde la confluencia del camino a Bargas y la carretera de Madrid. En 1936, el domicilio familiar se encontraba en la Calle Medinilla nº 3, que actualmente es la continuación de la Calle de San Eugenio, justo en la parte posterior de la ermita del mismo nombre. En el padrón de 1940, la familia se había movido de nuevo, y tiene su domicilio en el Camino Molinereo nº 22. Este lugar sí es fácil de identificar, ya que se encuentra en la Vega Baja. Allí, según mi madre, trabajó mi bisabuelo hasta su fallecimiento en 1942, en la finca o huerta conocida por el nombre de “Neto”. Tras su fallecimiento, mi bisabuela, Encarnación Ruíz, probablemente con su hijo Gervasio, que era sordomudo, se trasladó a vivir con mi abuela Felisa y mi madre, a su domicilio,  en ese momento en la Calle del Plegadero nº 6.


Cuando mi abuela y mi abuelo se casaron, en 1936, al parecer vivieron en la Carretera o antiguo camino de Mocejón, en una Vaquería que existía en esa zona, muy cerca de donde hoy se encuentra el parque de bomberos, al este de la carretera de Madrid.

Como se ve,  la vida de la familia se desenvolvió, desde su llegada a la capital, en el mismo entorno, entre la Carretera de Madrid, el barrio de San Antón, la Carretera de Mocejón y la Vega Baja, y, como es natural, esos domicilios debían estar muy cerca del lugar de trabajo del cabeza de familia, donde también se buscaría trabajo para el resto de hijos. En las fincas cercanas a la entrada a Toledo por la carretera de Madrid, o en los campos próximos a la escuela de gimnasia, los olivos han estado presentes desde tiempos inmemoriales.

Tanto al este como al oeste de la zona donde tuvieron sus domicilios se encuentran las vegas del Tajo. En la alta, casi ya entrando el río en el torno que ciñe la ciudad, se encontraba la Isla de Antolínez, que ya en esos momentos del siglo XX, había desaparecido, y el canal del margen derecho del río, al oeste de la isla, había sido ocupado por huertas. Aguas arriba la llanura se va abriendo, en la Huerta del Rey, o en el actual barrio de Azucaica, o La Alberquilla y la finca de Calabazas, al otro lado del río,  y aguas abajo, se encuentra la Vega Baja, que fue regada, en su momento, por el agua conducido a través de la Mina de Safont, un canal subterráneo que aprovechaba el desnivel del río entre la presa del mismo nombre y la Vega Baja,  y proporcionaba agua abundante, luego distribuida por un sistema de acequias, lo que permitió que esta zona tuviera una importante relevancia agrícola. Las fotografías del Archivo Municipal de Toledo muestran todas estas vegas repletas de cultivos, y también permiten apreciar la abundancia de olivos que cubren las laderas a ambas márgenes de la carretera de Madrid, o en la vertiente oeste, que desciende suavemente hacia la Vega Baja, en lo que hoy es el entorno de la Avenida de Europa.

Desde los 11 años, la vida de Antonio en Toledo discurrió en torno al trabajo agrícola, ayudando a su padre en sus faenas, y en alguna ocasión, probablemente, contratado individualmente por algún propietario de la zona. En el río, de aguas limpias, se bañaría en verano, y pescaría para completar la dieta familiar (actividades que pudieron realizar todos los toledanos hasta, aproximadamente, principio de los años setenta del siglo XX), jugaría en las cárcavas próximas, o furtivearía algún conejo en las fincas de alrededor.

Aunque, en general, todo el siglo XIX fue un período en el que ocurrieron grandes cambios, estamos a punto, tras el breve periodo de recuperación o estabilidad experimentado después de la primera guerra mundial, de entrar en un nuevo momento convulso de la historia, caracterizado, principalmente, por el ascenso de los fascismos.

En enero de 1930, Primo de Rivera dimitió, oficialmente por problemas de salud, y poco después falleció. El rey encargó de nuevo gobierno al general Dámaso Berenguer Fusté, que inauguró el periodo conocido como “dictadura blanda”, aunque sólo permaneció en el poder hasta su dimisión en febrero de 1931, cuando dimitió agobiado por los desórdenes públicos y la falta de apoyos, incluso de los partidos tradicionalistas. La imposibilidad de que Alfonso XIII encontrara a alguien dispuesto a asumir el gobierno, llevó a que se configurara uno de concentración monárquica, presidido por el almirante Aznar, cuyo objeto principal era volver al régimen constitucional, y estableció un programa de elecciones, municipales, provinciales, y por último a Cortes que, sin embargo, no llegó a cumplirse, ya que las municipales llevarían directamente a la proclamación de la Segunda República.

Con el mandato del general Berenguer se había producido la renovación de los Ayuntamientos, decidiéndose, en el caso de Toledo, que la alcaldía la ostentara Alfredo van den-Brule Cabrero, a partir del 8 de marzo de 1930, que permanecería en dicho puesto hasta la proclamación de la república.

Los meses previos a la proclamación de la república estuvieron caracterizados por una gran inestabilidad social y política, en los que se solicitó la dimisión de Berenguer. En agosto de 1930 se reunieron en San Sebastián los partidos republicanos del momento y firmaron un pacto para proclamar la república, y desde ese momento la situación no hizo más que empeorar, programándose una huelga general que debía conducir a una insurrección militar. Ésta había sido prevista para el día 15 de diciembre, pero en Jaca, los capitanes Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández[1], impacientes debido a las varias demoras que se habían producido, decidieron sublevarse el día 12, y después de varias escaramuzas, tomaron el control de la ciudad y proclamaron la república desde el balcón del Ayuntamiento. Sin embargo, aunque los rebeldes marcharon hacia Huesca, el gobierno envió las guarniciones de Zaragoza y Huesca, que consiguieron detenerlos. El comité revolucionario fue detenido. El día 14 fueron fusilados Fermín Galán y Ángel García, y la huelga general no llegó a declararse, lo que hizo que fracasaran otros alzamientos que también se habían producido.



[1] Se habían formado en la Academia militar de Toledo, lo que propició que, en 1931, al proclamarse la república la actual Cuesta de Carlos V fuera dedicada a los capitanes Galán y García Hernández.

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BIBLIOGRAFÍA

Rodríguez Rodríguez, V. 1982: La población de Toledo en el siglo XX,  Anales Toledanos 15: 161-142