Ya hacía algún tiempo que el alto mando republicano sabía que la única salida para salvar cuanto se pudiera del ejército del Este y del Ebro, era pasar a Francia. Aunque, inicialmente pensaran que una vez cruzada la frontera, trasladarían al grueso de la tropa y su material a la zona centro para continuar la guerra, parece que enseguida empezaron a sospechar, o se les hizo ver, que los franceses no iban a consentir que entrara tal número de militares en su país armados hasta los dientes.
Los soldados y los mandos intermedios, sin embargo, probablemente creían que pasar la frontera sólo era un paso más en la guerra, que los llevaría al centro de España, para seguir la lucha. De ahí las escenas dramáticas que se vivirían en el último momento en la misma línea entre los dos países, cuando algunos militares españoles se negaban, entre lágrimas, a entregar sus armas a los franceses, y a cruzar la línea. Muchos de ellos, como el caso de Antonio, que tal vez pensaban en la posibilidad de encontrarse de nuevo a sus seres queridos, entraban en un contexto de total incertidumbre.
Como decía, el mando republicano, desde principio de febrero, ya preparaba la entrada del ejército en Francia. El gobierno francés, aunque se había visto obligado a abrir la frontera para evitar un desastre humanitario, el día 28 de enero, seguía manteniéndola cerrada para los militares, por lo que, de mantenerse esa situación, podía producirse, incluso un enfrentamiento armado con los propios franceses, cando el grueso del ejército llegara a la frontera, agotado, pero fuertemente armado. 250.000 militares, equipados con todo su armamento y organizados no debía ser para tomárselo en broma.
Una nota de la Comisión Militar Internacional de la Sociedad de Naciones, localizada en los archivos departamentales de los Pirineos Orientales[1], informaba de una reunión que tuvo lugar el día 3 de febrero de 1939, en el Cuartel General de Agullana, entre el General Rojo, el Coronel Ceron y el Capitan Feliu, del ejército republicano, por un lado, y el General Jalander, presidente de la Comisión Militar Internacional, y el teniente-coronel Bach, secretario de la misma.
Al parecer, debía haber habido alguna denuncia o conocimiento por parte de la comisión, del regreso de internacionales al frente de guerra, una vez los mismos habían salido oficialmente de España[2]. Se habla de los internacionales que habían regresado al frente en España, una vez los mismos habían salido del país, sobre lo que el General Rojo informó que tal regreso no había sido autorizado ni consentido, y que si se había producido algún retorno espontáneo, el estado mayor no había sido informado del mismo.
En relación al resto del ejército republicano, el General solicitó que los miembros de la comisión transmitieran su deseo de que Francia permitiera el acceso de los mandos del ejército republicano, unos 5.000 ó 6.000 oficiales, ya que de no ser así, éstos podrían sufrir fuertes represalias por parte de los franquistas. El General quería saber cuál sería la actitud de los franceses ante los mandos y los soldados del ejército republicano una vez que este atravesara la frontera. En concreto deseaba saber si se permitirá que el ejército fuera transportado por barcos franceses a Valencia, donde se iba a instalar la sede del gobierno de la república, o sería todo el ejército al completo internado hasta el final de la guerra.
Parece que debió haber existido alguna conversación previa, alguna filtración o información sobre la intención francesa de intentar mantener retenido al ejército republicano, ya que de otra manera no parece razonable que mencionase este punto en su pregunta. En todo caso, Vicente Rojo, sabía o se imaginaba lo que iba a suceder con la tropa, y su interés se centró en los oficiales. No podemos dejar de volver a percibir ese abandono que debieron sentir los soldados republicanos, con el trato vejatorio al que les someterían las autoridades francesas. Ante el aura de gran militar del General Rojo, hubiera sido deseable una posición más firme en defensa de “todos” sus hombres pero, sin embargo, parece que se conformó con que se permitiera el regreso de los oficiales a Valencia, y en caso contrario, durante su estancia en Francia, solicitaba que ellos y sus familias, no fueran tratados de la misma forma que los refugiados[3].
Los refugiados se acercaron a la frontera por un sector bastante amplio, buscando los pasos fronterizos. Los principales lugares de paso serían Port Bou (Coll des Belitres), Coll de Banyuls, Le Perthus, Col de Ares, Prats de Mollo, Puigcerdá-Bourg Madame-Latour de Carol, y por la montaña.
El número de refugiados españoles civiles que fue llegando a la frontera creció poco a poco, mientras que se aproximaba el ejército franquista. En la frontera, cerrada por los franceses, quedaron detenidos, lo que agravó aún más su lamentable condición, expuestos a un frío glacial. Los civiles que llegaban hasta allí, no tenían más remedio que permanecer en pleno monte, esperando, a la intemperie. El día 28 de enero, ante la dantesca situación que se estaba empezando a producir, los franceses abrieron la frontera al paso de los civiles, pero no a los militares.
En esos momentos, el drama de la derrota fue inmortalizado por varios reporteros, e innumerables relatos que describen las enormes colas de personas y vehículos atrapados entre la frontera francesa y la amenaza de la llegada, en cualquier momento, del ejército franquista. Algunos vehículos averiados fue necesario arrojarlos por los barrancos para poder dejar el paso libre.
Después, poco a poco, fueron llegando las distintas unidades militares que se retiraban por esa ala. Y otra vez se encontraron con la frontera cerrada, y las ametralladoras de las tropas francesas apuntándoles, lo que creó un gran colapso en todo el puerto. La tensión y el esfuerzo para salvar estos últimos kilómetros había sido enorme, cargados con todo el material de guerra, para continuar la lucha, y para evitar que cayera en manos del enemigo,
El 5 de febrero el gobierno francés abrió totalmente la frontera, esta vez para jóvenes en edad de lucha y militares, tal vez más por temor a que se produjera un conflicto con todo ese contingente de hombres fuertemente armados, que por una actitud humanitaria. En los días siguientes varias autoridades republicanas pasaron a Francia, como Manuel Azaña, Juan Negrín, o el presidente de las cortes Diego Martínez Barrio.
Ese mismo día 5 se dictaron órdenes para realizar un repliegue ordenado. Se trataba de una directiva emanada del Estado Mayor del GERO dirigida a los jefes principales de sus fuerzas, en la que todavía se insiste en la “reconstrucción de nuestro Ejército, al amparo de la frontera francesa con la idea de recuperar todo el personal y revalorizar su moral para incorporarse a la región central, donde por decisión del Gobierno ha de continuarse la guerra”.
El mando planteó una línea de defensiva que cubriría los puntos de Figueras, Besalu y Olot, al amparo de la cual, y del río Fluviá, deberían reconstruirse las unidades de los ejércitos del Ebro y del Este. Parece que estas postreras órdenes no eran más que un intento por mantener un mínimo de moral, ya que la situación hacía que dichas perspectivas fueran totalmente irreales. También se dieron instrucciones para intensificar la destrucción de las redes de comunicación. Se preveía que, en caso de que fuese necesario replegarse de la región de Figueras, el Ejército del Ebro se ocuparía de montar una línea de defensa entre Cadaqués y la frontera entre el Coll de Banyuls y Portbou, manteniendo las fuerzas hasta que Portbou fuera desalojado totalmente. De la protección del paso de Perthus se ocuparía el XVIII C.E.
Sin duda, las expectativas en cuanto a la resistencia que podría plantar el ejército republicano a estas alturas eran excesivamente altas, con un territorio para cubrir demasiado amplio, y como era de prever, la línea defensiva montada no resistió. El día 6, el V Cuerpo del Ejército se replegó hasta el río Fluviá, y mientras, los franquistas tomaban Ripoll y Olot. Ese mismo día 6 se dictó la orden para que entraran en Francia las tropas que se encontraran entre Agullana y Lavajol, que debían hacerlo por el Coll de Lli. Además, el día 7, se dictaron instrucciones para que se establecieran controles en la frontera, con el fin de registrar todo el material que pasara a Francia.
El día 8 cayó Figueras después de varios días de intenso bombardeo. Apenas ocho días antes, el 1 de febrero, se habían celebrado en el Castillo de esa ciudad las últimas Cortes republicanas en territorio español. Por si alguien tenía dudas de lo que le podía pasar si caía en manos de los franquistas, el día 9 de febrero se promulgó en España la Ley de Responsabilidades Políticas.
Las tropas republicanas, muy mermadas, fueron replegándose hacia la frontera. Según cuenta Lister (2007:229-230), “Las fuerzas del V Cuerpo del Ejército debían asegurar la salida de todas las demás del Ejército del Ebro y salir las últimas, teniendo dos ejes de repliegue: uno a caballo de la carretera que va de Figueras a Port Bou, otro por San Silvestre, Sant Quirze, C. de Tourri. Por la primera dirección debían salir dos de las divisiones del V Cuerpo (11 y 46) y yo con ellos, para unirme en la frontera al Jefe del Ejército y pasar juntos a Francia. Y por la segunda dirección debía salir la 45 División. Teniendo en cuenta que la salida más peligrosa era esta última –porque no conocíamos cual era la situación en nuestro flanco derecho-, decidí salir con la 45 División, el Batallón Especial y el Estado Mayor”.
Los restos del ejército avanzaron hacia la frontera cargados con todo el material de guerra, con la idea, como decíamos, de una vez en Francia, transportar a los hombres y el material para seguir la lucha en la zona centro. No sé si los mandos de los cuerpos del ejército y las distintas divisiones conocían las negociaciones que estaba llevando a cabo Vicente Rojo, y la posibilidad de que fueran retenidos una vez cruzada la frontera. Para muchos militares fue una gran sorpresa el constatar que los franceses no permitían el paso de la frontera a ningún hombre armado y, a falta de órdenes, muchos permanecieron sin pasar a Francia a la espera de instrucciones.
Es posible que hubieran oído rumores de que, una vez en Francia, serían embarcados y trasladados de nuevo a España para continuar la guerra en el frente del centro. Ninguno sabía realmente su destino, salvo, tal vez, los mandos. Cuando se abrió la frontera, muchos de ellos, sin embargo, pudieron empezar a sospechar cuando los franceses se negaron a dejarles el paso libre si no se desarmaban antes. Tal vez, en esos primeros momentos pasarían muchos soldados descarriados, perdidos de sus unidades, pero parece que el grueso de la tropa que se presentó en la frontera formando parte de unidades bien organizadas, se negó a desarmarse y cruzar en situación tan deshonrosa. Probablemente alguno ya había percibido los malos modos, y ese grito que quedó grabado en la mente de muchos en esos últimos metros hacia la que creían la patria de la libertad, ¡Allez, Allez! Algo no marchaba bien.
Según relata Manuel Tagüeña, cuando se presentó en la frontera de Port Bou, se encontró una importante desmoralización de los soldados. Los miembros del V Cuerpo del Ejército no querían pasar la frontera hasta que llegara Líster. Tagüeña les informó que Líster ya había pasado o iba a pasar por otro lugar, pero los soldados no podían creerlo.
Portbou es el último municipio antes de entrar en Francia, en el extremo más septentrional de la Costa Brava, en Gerona. El pueblo, bañado por el mar, se ubica a la sombra de las últimas estribaciones de los pirineos, ya descendentes y de poca altura en su contacto con el mediterráneo.
A pesar de esa poca altura, la zona es muy accidentada, y la carretea serpentea de forma tortuosa entre acantilados y calas profundas. Actualmente, un túnel en la carretera permite un acceso más directo, pero en 1939 dicho túnel no existía, por lo que el acceso más fácil era a través del túnel del ferrocarril, que fue por donde, al parecer, debió avanzar el grueso de los civiles y militares que se dirigieron a esta frontera.
El municipio es conocido, principalmente, porque allí murió el 27 de septiembre de 1940, el pensador alemán, judío, Walter Benjamín, que se había refugiado en el pueblo huyendo de los nazis, con la esperanza de llegar, junto al grupo que lo acompañaba, a Portugal, aunque sería retenido en el lugar por la policía franquista. Antes de ser entregado a los nazis, decidió suicidarse. Otro elemento destacable del lugar es la gran estación internacional de ferrocarril, que había sido construida en 1878, justo en la frontera, y que conecta, mediante un túnel, con su equivalente francesa en Cerbère.
Desde el pueblo de Port Bou el paso a Francia tiene dos alternativas, el túnel de la vía de ferrocarril, o el camino por una ladera relativamente suave que asciende hasta Coll dels Belitres, donde el puerto inicia inmediatamente el descenso hacia Francia. Al parecer, algunas personas consiguieron pasar al país vecinos por el túnel internacional, pero otras muchas, la mayoría, debieron hacerlo por el paso fronterizo del puerto de montaña, al ser bloqueado aquél por los guardias franceses.
Por el túnel del ferrocarril, en la zona española, fueron llegando hasta este lugar, escalonadamente, civiles y militares ya exhaustos, en una huida sin respiro, que para muchos se inició prácticamente sin descanso desde la última batalla. El ejército republicano, no había tenido tiempo de recuperarse y reorganizarse después de la agotadora Batalla del Ebro, de la que había salido muy maltrecho y, desde ese momento, la organización de líneas defensivas, relacionadas con los principales cauces fluviales, y la posibilidad de que Barcelona resistiera, se mostraron inútiles, convirtiéndose en una penosa retirada, cargados los militares con todos los pertrechos, desbordados una y otra vez por las tropas franquistas, al tiempo que intentaban ralentizar su avance volando puentes y otras estructuras, y proteger a la población civil.
La tensión de la situación, la amargura y el dolor de la derrota, pudo provocar que en algunos momentos se produjeran detenciones y/o castigos, por parte de miembros del ejército en retirada, de hombres en edad de luchar, que huían hacia la frontera, bien por haber desertado, o bien por no haberse incorporado a filas cuando fueron movilizados, que tuvieron la mala suerte de topar con alguna de las unidades republicanas.
Las divisiones que componían el V Cuerpo del ejército, como hemos visto, cruzarían la frontera por dos lugares diferentes; Líster, junto a la 45 y la 46 divisiones, pasó la frontera por el Coll de Banyuls, y por carreteras de montaña llegarían a Banyuls-sur-Mer, donde un poco más tarde se reunirían con Modesto, Tagüeña y gran parte de los jefes, para proseguir camino hasta Perpignan, donde se hospedarían en el consulado español; y la 11ª División, que pasaría la frontera por Port-Bou, junto con los miembros del XV cuerpo del ejército de Tagüeña.
Sin duda, la descripción que realiza Manuel Tagüeña en su libro Testimonio de dos Guerras, del paso del ejército republicano por la frontera de Port Bou es emocionante y, para mi investigación, pudo ser muy relevante, en el sentido de que, la mayoría de los que relatan este momento, hablan del paso del ejército republicano por este punto el día 9 de febrero de 1939, mientras que él, testigo directo hasta el último momento, sitúa el paso de los últimos hombres en la madrugada, y hasta el amanecer del día 10. Así pues, merece la pena transcribir aquí sus palabras íntegras:
"...ya había amanecido el 9 de febrero cuando con mis oficiales me acerqué a Port-Bou, donde Modesto me ordenó resolver el problema del embotellamiento de camiones y vehículos de todas clases, que llenaban la carretera hasta la misma línea fronteriza. Fui allí a caballo, ya que no podía ni soñar con hacerlo en automóvil. A un lado y a otro del camino acampaban muchos soldados de toda clase de unidades, que ya con Francia a la vista, no se apresuraban a pasar o esperaban órdenes. También había población civil, sobre todo mujeres y niños, que acompañaban a los militares.
Junto a la frontera encontré a Loriente. Me comunicó que los servicios del Cuerpo y toda la 43ª División ya la habían pasado, lo que estaba de acuerdo con las instrucciones recibidas. Pero también, por su propia iniciativa, envió con ellos el camión cargado con los archivos y equipajes. Su intención era protegerlo, pero resultó un desatino, ya que perdimos no sólo todos nuestros efectos personales y diarios de operaciones sino cosas más valiosas como el banderín del XV Cuerpo, que había llevado en mi automóvil toda la retirada y del que me desprendí sólo a última hora, para que estuviera más seguro. También intentó que Carmen siguiera adelante pero ella no se dejó convencer y se quedó a esperarme. El pobre Loriente pensaba que al otro lado íbamos a seguir moviéndonos con toda tranquilidad y dando órdenes.
En la misma caseta de los aduaneros, encontré a los subcomisarios generales Bilbao e Inestal y al Jefe del Estado Mayor de la Marina, Prados. Los franceses no permitían el paso más que a soldados aislados y sin armas. Pocos lo hacían y era deprimente verlos marchar con la cabeza baja como avergonzados. En los últimos metros de suelo español había mucha gente desperdigada y pilas enormes de armas que íbamos a entregar al enemigo. Los alrededores estaban llenos además de mulos y caballos sueltos porque los franceses exigían para ellos un certificado sanitario. Bastantes de estos animales, como si también quisieran escapar, iban penetrando en territorio francés mientras pastaban.
El espectáculo era indignante y debía tomar medidas rápidas. En primer lugar, comuniqué secamente a los jefes y comisarios allí presentes, que su misión había terminado y que el Ejército del Ebro se hacía cargo de ella. No tenía tiempo para ceremonias y si hasta entonces no habían sido capaces de organizar algo, no los necesitaba. En seguida, mandé al mayor Gullón a parlamentar con el jefe militar francés y, sin dificultad, se puso de acuerdo con él en los puntos fundamentales. Nuestros soldados cruzarían en formación y con armas, que luego entregarían. No pondrían dificultades a vehículos de todas clases, con cualquier carga y dispensarían del permiso a las caballerías. También consistieron en que el armamento amontonado en territorio español fuera trasladado, cargándolo en todos los carruajes que pasasen a Francia. En una palabra, la frontera se abría de par en par, a la vez que una línea de soldados franceses con banderas, se desplegaban marcando con exactitud los límites entre los dos países.
Inmediatamente empecé con mis oficiales a reunir en grupos a los soldados dispersos. Les explicábamos la situación y luego formados, cruzaban la raya fronteriza, depositaban sus armas a un lado de la carretera y seguían adelante. Despeñamos en los barrancos los vehículos estropeados y pusimos en movimiento a los demás. Lo peor era cuando encontrábamos gente testaruda (o demasiado disciplinada) que no quería marchar sin recibir órdenes de sus jefes, muchos de los cuáles ya estaban en territorio francés. Por ejemplo, había oficiales del V Cuerpo que no querían creer que Líster estaba abandonando España por otro lugar y tuve que obligarlos a entrar en Francia. Aparecieron camiones llenos de leche condensada y cigarrillos, cuya carga repartimos a la gente. Después los llenábamos con los fusiles todavía hacinados en nuestro territorio. En pocas horas, los obstáculos desparecieron y la circulación se hizo fluida, aunque no dejaban de subir nuevos transportes desde Port-Bou. Cuando llegaron nuestras unidades de primera línea, el paso no ofrecía dificultades. Se lo merecían, habían cumplido su misión y a ellos se debía que los últimos días de la guerra de Cataluña no hubieran sido marcados por una verdadera hecatombe, en la que perecieran mezclados hombres, mujeres y niños, civiles y militares.
Por la mañana, cruzó la raya la 42 ª división con mis antiguos compañeros de la 3ª. Buscábamos entre ellos caras conocidas de veteranos de nuestras batallas, y era doloroso comprobar que quedaban muy pocos; en total poco más de medio millar de hombres. Mandé ocupar posiciones cerca de la frontera a una batería antiaérea de 76 mm, que ahuyentó con su fuego a unos cazas Messerschmitt, que desde gran altura vinieron a observarnos. Seguramente porque estábamos tan cerca de Francia, los bombarderos enemigos nos dejaron aquel día tranquilos. El jefe francés me llamó asustado para exigirme retirara los cañones sin dilación, basándose en el artículo de un tratado que prohibía instalaciones militares hasta unos cien metros de la línea. Lo tranquilicé como pude, pero no atendí su petición, no eran momentos para ponerme a leer documentos. Por suerte, los aviones enemigos no volvieron y no hubo más incidentes.
Llegaron más oficiales franceses que nos miraban con curiosidad y hacían preguntas como de profesional a aficionado. Creo que más tarde recordarían muchos que, entre otras cosas, les dije que nuestro ejército había sido vencido, poro que a ellos les iba a llegar pronto el turno y sentirían no habernos ayudado. No había duda que nuestra derrota representaba también la de Francia; pero no querían admitirlo y me hablaban de las virtudes de sus soldados. Esto no me impresionaba, porque si las virtudes fueran suficientes para ganar una guerra, nosotros no la hubiéramos perdido.
Al atardecer, el tránsito se fue reduciendo poco a poco. En ese momento ordené cruzar la frontera a gran parte del personal del Estado Mayor del XV Cuerpo, entre ellos al viejo capitán Marín, que fue hasta el final uno de los más animosos. Con las últimas luces del día se acercaron los voluntarios de las Brigadas Internacionales. André Marty los esperaba y me pidió que me colocara a su lado. En su último y emocionante desfile, pasaron ante nosotros unos centenares de supervivientes de las batallas más duras de nuestra guerra, ante los cuales mis oficiales y yo nos cuadramos, saludando militarmente, mientras se iban perdiendo en la oscuridad hacia Cerbere.
Ya de noche, el jefe francés me llamó para comunicarme que por la tarde nuestros enemigos habían ocupado La Junquera y alcanzado el puesto fronterizo de Le Perhus, cortando la retirada a muchos fugitivos que ahora venían corriendose por las crestas hacia nosotros. Esta última parte de la noticia era completamente fantástica, ya que en el terreno abrupto de los Pirineos, sin comunicaciones laterales, tardaría muchas horas en recorrer esa distancia. Un francés de la región, perfecto conocedor del terreno como buen contrabandista, que acompañaba a Marty, estuvo de acuerdo con mi opinión. Sin embargo, Modesto, como precaución, mandó a la 35 División ya dispuesta a penetrar en Francia, que ocupara posiciones cara al oeste. Se oyeron entonces fuertes explosiones en la estación ferroviaria de Port-Bou y vimos el humo de los incendios que destruía los últimos almacenes de armas y municiones. Los últimos grupos, los encargados de las voladuras, estaban llegando y con ellos la 11ª División. No había tenido tiempo de desplegarse la 35, cuando recibimos la contraorden para que se reuniera de nuevo y abandonara España.
Ante los ojos admirados de los militares franceses, desfiló entonces la 35ª División, la 11ª y el Batallón Especial del Ejército del Ebro. Luego siguieron lentamente unos tanques averiados y la carretera quedó completamente vacía. Todavía nos quedamos un rato hasta que en el horizonte del mar iba aumentando la luminosidad que precedía al amanecer del 10 de febrero. Recibida la orden de pasar la frontera, lo hicimos, tiramos con pena nuestras pistolas en uno de los enormes montones de armas y en varios automóviles bajamos hacia Cerbere. Me acompañaban Carmen, Fusimaña, Luis Gullón, Francisco Gullón y Loriente, de mi Estado Mayor y los jefes de división Mateo Merino, Rodríguez y López Tovar. Detrás venía Modesto, que había querido ser el último de su ejército que dejara el territorio español."
Queda claro, después de las palabras de Tagüeña, que la 11ª división, llegó a la frontera la última, debido a que eran quienes venían protegiendo la retirada del civiles y el resto del ejército, al tiempo que volaban puentes con el fin de retardar el progreso del ejército rebelde. Los últimos en ascender la pendiente fueron el batallón especial de la 11 División. Todavía perduraba la columna de humo de la voladura de armas que habían realizado en la estación de Port Bou. Estas tropas pasaron la frontera francesa ya el día 10 de febrero de 1939, poco antes del amanecer.
En la cima del Coll de Belitres, basta con girar levemente la cabeza para echar una última mirada a España. Apenas existe llano. Abajo, en el fondo, pueden verse las casas de Port Bou, de las que destaca, hoy, como lo hacía entonces, el edificio alargado de la estación de ferrocarril. Desde esa posición, se ve como el mar se extiende hasta el infinito, a la izquierda, y al fondo, las crestas montañosas se suceden una tras otra, justificando el estado de agotamiento en el que muchos llegaron hasta ese punto, cargados como mulas con todos los pertrechos militares.
Algunas imágenes muestran el momento de la llegada de los franquistas a la cima, con el brazo en alto. Todavía en la actualidad, puede contemplarse el mismo edificio de la aduana española que vieron los que huían. Al este, una suave pendiente asciende un poco más y conduce a la cresta que mira al mar mediterráneo. En este punto, los franquistas, levantaron un monolito en honor de sus caídos de la IV División de Navarra. En el sentido contrario, comienza la cadena montañosa de los Pirineos, de los que este es su punto más oriental.
En esa zona, algunas veces sopla un viento huracanado (al parecer algo normal en el sitio) que, como en el momento de nuestra visita al lugar, hace difícil, incluso, mantenerse en pie, lo que hizo imposible que pudiéramos permanecer allí nada más que el tiempo necesario para hacer unas pocos fotografías. Ya nos lo había advertido el responsable de la gasolinera de Port Bou, donde llenamos el depósito del coche, antes de entrar en Francia, - Tengan cuidado, no es muy recomendable subir hoy allí arriba-
Varios monolitos constituyen el último homenaje a los republicanos españoles que han sido erigidos en dicho lugar por el gobierno de la Generalitat. Éste es uno de los lugares elegidos como "Espais de Memòria" que forma parte del "Memorial de l'Exili" como homenaje a los españoles que se vieron obligados a tomar el camino del exilio. Allí se han colocado varios carteles informativos que relatan el paso de los refugiados por el sitio, el camino, y el internamiento de muchos de ellos en los campos de las playas del sureste francés: Argelés-sur-mer, Saint Cyprien y Barcarés. Varias fotografías del fotógrafo Manuel Moros, tomadas entre los días 5 y 10 de febrero, cuentan la historia. Mediante texto e imágenes, se cuenta el paso por ese lugar de los republicanos. Es un lugar que sobrecoge y emociona. Hacia el Este, una ligera elevación del terreno, donde se ubica un monolito erigido por los rebeles, impide ver el abrupto descenso hacia la costa y el mar.
Unos metros más adelante, justo en el límite del territorio español, en la vertiente que ya mira hacia Francia, una placa homenaje, escrita en Francés, Español y Catalán, recuerda a los 100.000 hombres, mujeres y niños republicanos que pasaron por el lugar en 1939. Puede leerse; "Homenaje a los 100.000 hombres, mujeres, niños, Republicanos españoles e internacionalistas que debieron emprender el camino del exilio tras 3 años de guerra contra el franquismo. Pasaron esta frontera de Portbou-Cerbera en febrero de 1939 y fueron los precursores de la lucha antifascista en Europa".
Todavía unos metros más abajo, a la izquierda, podemos ver una imponente mole de hormigón armado, probablemente uno de los bunkers y estructuras defensivas, como otras varias que vimos en la carretera de acceso por la costa, que debió instalar a partir de ese momento, o unos meses después, el dictador, para defenderse de un hipotético ataque de los republicanos españoles huidos, con el apoyo de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
El 10 de febrero, pocas horas después de que los últimos soldados republicanos sobrepasaran esta línea, las tropas de Franco, alzaban el brazo con el saludo fascistas, ante los guardias republicanos franceses que vigilaban la frontera.