La imagen que nos transmite “La Retirada” nos trae a la memoria, principalmente, al gran éxodo de civiles que, durante la campaña de Cataluña, se vieron obligados a abandonar sus casas, o a ponerse de nuevo en marcha en el caso de aquéllos que ya habían huido antes desde otros lugares y se encontraban allí refugiados, hacia la frontera francesa, para escapar del ejército rebelde, que avanzaba imparable. La mayoría de ellos viajaban con las pocas posesiones personales que pudieron cargar, las más valiosas o las que pudieran serles más útiles en esas circunstancias. Los más afortunados, consiguieron un medio de transporte en el caos de la huida de los pueblos y ciudades, pero una parte importante de ellos viajaban a pie, y el agotamiento, o los continuos bombardeos hicieron que, en muchos casos, se vieran obligados a ir abandonando sus pobres posesiones sobre el terreno, dejando un rastro de todo tipo de enseres y cadáveres abandonados, y según algunos relatos, hedor.
Aunque, como decía, en general esta retirada se ha vinculado con los civiles por el impacto de las imágenes que fueron difundidas a nivel internacional, claramente el fenómeno coincide con la impotencia del ejército republicano para frenar a los franquistas, y su retirada, más o menos organizada, hacia la frontera francesa. Unos 250.000 soldados, agotados por el terrible esfuerzo continuado de la guerra, muchos de ellos heridos y desmoralizados, arrastrando un armamento pasado, trataron de resistir, utilizando para ellos los diferentes cursos fluviales, mientras se retiraban, o mejor, eran empujados, hacia la frontera, al mismo tiempo que los civiles. Entre la marea de civiles y ejército, también podríamos encontrar soldados sueltos que habían perdido sus unidades y desertores.
Una y otra vez, los republicanos, se vieron desbordados, y fueron obligados a replegarse de todas las líneas de contención que intentaron establecer, al tiempo que se afanaban, no sólo en proteger sus vidas, sino en resistir el mayor tiempo posible para retrasar el avance enemigo, para permitir que las unidades llegaran lo más íntegras a la frontera, y conscientes del gran desastre humanitario que se estaba produciendo, para que pudieran salvarse el mayor número posible de personas, ya fueran civiles o militares, y con estos últimos el material de guerra.
La idea subyacente en los mandos, una vez comprobada la imposibilidad de resistir, era intentar conseguir que el mayor contingente posible de soldados y material de guerra pasara la frontera, con la idea de volver a la lucha, con todos esos efectivos, a la zona centro.
El primer impulso de la retirada se produjo 14 de enero, cuando Yagüe entró en Tarragona, lo que provocó que, al conocerse la noticia, la población civil que se encontraba en la línea de avance del ejército rebelde se precipitara a las carreteras y caminos, en una huida hacia el norte, primero, y más tarde hacia la frontera francesa. Las carreteras se empezaron a llenar de todo tipo de medios de transporte, y cuando no podía obtenerse uno, las personas iniciarán la marcha andando.
La situación en el bando republicano era totalmente desesperada. El 9 de enero se habían movilizado las quintas de 1922 y 1924. El día 14, se decretó por el gobierno de la república la movilización de los reemplazos de 1918 y 1917, y de los reemplazos de 1916 y 1917, para trabajos de fortificación, los reemplazos de marinería de los años 1920, 1919 y 1918, y al objeto de secundar las acciones de las unidades encargadas de fortificación, a “todos los ciudadanos útiles para el trabajo, hasta los cincuenta años de edad, que no hubieran sido o sean movilizados, cualquiera que sea su profesión”[1].
En lo que respecta al Ejército del Ebro, se movió en un continuo repliegue. El XV Cuerpo de Tagüeña, por la línea de la costa, y el V, bajo el mando de Enrique Líster, un poco más al interior. Las fuentes nos hablan que el 17 de enero la 100 BM de Antonio, se hallaba defendiendo Igualada.
El gobierno francés permitió el 20 de enero que entrara en España parte del material de guerra que habían mantenido retenido en la frontera. Los soldados republicanos habían sufrido durante toda la contienda una falta importante de material, y por tanto, la imposibilidad de reemplazar las armas deterioradas, mientras observaban cómo en el bando contrario la renovación del armamento era constante. Ahora, en estos momentos, cuando prácticamente ya todo estaba perdido, y nada podía hacerse, porque ya no se trataba de un asunto de armamento, sino de moral y fuerzas, que habían perdido casi por completo, se abría la frontera por parte del gobierno francés. Los republicanos españoles, que todavía debían mantener en la mente una Francia idealizada, no podrían entender la actitud francesa. Era un adelanto del trato que les esperaba más tarde, aunque en esos momentos su futuro era incierto. El sentimiento de rabia debió incrementarse cuando, una vez traspasada la frontera, algunos tuvieron la oportunidad de ver convoyes de material de guerra estacionados en Francia, esperando, o retenidos, sine die, para pasar la frontera.
El 22 de enero, viendo que el ejército republicano no podía detener el avance rebelde, Negrín ordenó la evacuación del gobierno hacia Girona y Figueras, situación que, una vez conocido por los habitantes de Barcelona, tuvo el efecto de lanzar a un número mayor de civiles a las carreteras.
Hacia el día 22 de enero empezaron a llegar los primeros refugiados españoles a la frontera. La actitud francesa ante los refugiados españoles había ido siendo cada vez más negativa según fue avanzando la guerra y el número de refugiados fue aumentando. Las autoridades habían cerrado los pasos fronterizos, por lo que muchos quedaron atrapados, mientras su número iba creciendo, con lo que se creó una situación que, agravada por las condiciones climatológicas que se daban en esos momentos, amenazaba en convertirse en una catástrofe humanitaria dantesca. Mujeres, niños y ancianos, exhaustos por el camino, la tensión y el peligro de los bombardeos y ametrallamientos, la cercanía del ejército rebelde, y las condiciones atmosféricas, que habían ido abandonando sus pocas pertenencias a lo largo de la ruta, exhaustos se apiñaban ante la aduana o aguardaba su turno disgregados en la montaña, en las laderas y cunetas, a lo márgenes de la carretera.
A pesar de que el día 23 de enero los republicanos volaron el puente del hierro del río Llobregat, y los puentes de Olesa de los Catalanes y el de Trunquell, los sublevados consiguieron pasar el río el día 25, quedando el camino hacia Barcelona, totalmente despejado para su avance.
El gobierno francés hizo el día 25 enero un último intento para convencer a Franco de que se creara un área de refugio en territorio español, bajo la tutela de los gobiernos francés e inglés, pero Franco rechazó la propuesta.
Los primeros que llegaron a la frontera pudieron cruzarla, pero el día 27 de enero, el gobierno francés, ante la avalancha de refugiados que se produciría decidió cerrar la frontera. Ante la posibilidad de que se produjera un desastre humanitario, los franceses no tuvieron más remedio que abrir la frontera, al día siguiente, aunque sólo para ancianos, enfermos, mujeres y niños. Todo ello se estaba produciendo en unas terribles condiciones atmosféricas, sin ningún lugar donde los refugiados pudieran cobijarse, bajo la lluvia, el frío y la nieve.
Las cifras que se contienen en los informes de los refugiados que fueron llegando a la frontera francesa son las siguientes:
- Del 25 al 26 de enero: 3.890
- Del 28 al 30 de enero: 22.296
- 1 de febrero: 8.250
- 2 de febrero: 11.171
- 3 de febrero: 8.882
- 4 de febrero: 5.902
- 5 de febrero: 10.314
- 6 de febrero: 11.999
El drama de la derrota humana, en todos los sentidos, fue inmortalizado en múltiples fotografías y relatos que describen y muestran las enormes colas de personas y vehículos, atrapados entre la frontera francesa y la amenaza de la llegada en cualquier momento del ejército franquista. Algunos vehículos averiados llegaron incluso a bloquear el paso, por lo que fue necesario, para despejarlo, arrojar algunos de ellos por el barranco, contribuyendo a la creación de un escenario apocalíptico
Cada vez eran más frecuentes los bombardeos sobre Barcelona, y la cercanía del ejército franquista lanzó a las carreteras y caminos ingentes cantidades de civiles. Barcelona cayó el 26 de enero de 1939. Los civiles, cargados con sus pertenencias más valiosas, algunos mediante vehículos, pero la mayoría a pie, tomaron el camino de Francia. Algunas de las unidades del ejército republicano, las más sólidas, hicieron un importante, planteando resistencia en algunos momentos a las tropas rebeldes, volando puentes y carreteras para reducir su velocidad y entorpecer el avance de los franquistas.
La república había estado casi desde el principio de la guerra inmersa en luchas entre facciones políticas que mermaron enormemente su capacidad a la hora de plantar cara al ejército franquista. Incluso en los momentos finales, cuando la derrota era evidente, hubo un gran desacuerdo entre los que creían que había que resistir hasta el último momento, aguantando hasta que estallara la segunda guerra mundial, o en todo caso para obtener una paz negociada con Franco, con el fin de reducir las posibles represalias, y los que consideraban que la guerra estaba perdida y era absurdo seguir luchando y preferible rendirse, aunque fuera incondicionalmente, confiando en la benevolencia de los golpistas. A pesar del tesón de Negrín por seguir la guerra, tras la derrota de Cataluña, los partidarios de la rendición tomaron más fuerza, lo que desembocaría poco después en el golpe de estado de Casado.
Mientras se libraban estas batallas políticas en los despachos, muchos de los que luchaban en las trincheras seguían resistiendo día a día y, aunque hubo un importante número de deserciones, sobre todo en los últimos momentos de caos y descontrol, mantuvieron el espíritu de lucha y sacrificio hasta las últimas consecuencias. No es extraño que, en estas circunstancias, se produjera un número importante de muertes de militares y civiles, debida a ejecuciones sumarísimas de desertores o personas que fueron descubiertas durante la retirada y que no se habían incorporado al ejército cuando estaban obligados a ello por la edad.
Eran momentos peligrosos, en los que en las circunstancias del drama de la derrota y la huida desesperada, nadie estaba a salvo, se producirá alguna que otra saca, ejecuciones sumarísimas, o ametrallamiento de la población civil que huye.
El día 1 de febrero de 1939 tiene lugar, cerca de la media noche, y en unas caballerizas del castillo de Figueras, las últimas cortes republicanas.
El avance rebelde prosigue imparable. Las reuniones de los mandos militares se suceden, y los puestos de mando tienen que ser continuamente movidos por la llegada de los rebeldes, e incluso, algunos mandos se salvaron por muy poco de caer en manos del enemigo.
Aunque algunas fuentes sitúan a la 100 BM, el 3 de febrero defendiendo Gerona, otras relatan cómo el 4 de febrero Modesto encargó a la 11 división la defensa de Gerona, pero al parecer no llegaron a tiempo por falta de medios de transporte, y ese mismo día cayó en manos de los rebeldes. El V cuerpo intentó resistir al este del río Ter, frente a Gerona, según Líster, rechazaron todos los ataques enemigos durante los días 4,5 y 6, hasta que fueron rebasados por los flancos, y se replegaron al río Fluviá.