Versión 21-10-2021
Como en la mayoría de las familias españolas durante la postguerra en la dictadura franquista, en la nuestra, tampoco se hablaba de la guerra. O tal vez es la percepción que tengo desde el momento actual. Un niño sólo suele prestar atención a sus juegos, y los jóvenes están demasiado ocupados en rebelarse, como para mostrar interés por asuntos de adultos.
Siendo niño, todo en mi entorno funcionaba. Yo no tenía consciencia de que faltara alguien. Los sábados, desde que tengo noción, comía en casa de mis abuelos, Félix y Felisa. Mi abuela regentaba un puesto de fruta en La Plaza, y mi abuelo trabajaba en la planta inferior, como contable de un asentador de fruta. Era yo muy pequeño cuando mi madre me llevaba al mercado, me dejaba al cuidado de mi abuela, y yo entonces me deslizaba por la balaustrada de granito hacia la planta inferior en busca de mi abuelo. Luego, cuando terminaba sus tareas salíamos camino de la casa, rodeando la catedral, y al llegar a la altura de la Plaza del Ayuntamiento, sin falta, yo me adelantaba a la carrera hacia el Pasadizo de Balaguer para encaramarme encima de un gran león de piedra que el anticuario tenía allí expuesto a la venta. Cuando mi abuelo me alcanzaba, seguíamos juntos, hasta la puerta de la casa en Santa Úrsula. Allí me volvía a soltar de nuevo y subía a la carrera la empinada escalera con bocel de madera, mientras un maravilloso olor a pescado rebozado empezaba a inundarlo todo. Al llegar al rellano veía por el rabillo del ojo a mi abuela, con su mandil, y el pelo blanco, afanada en la cocina, y la gran zafra verde en lo alto de una repisa, mientras corría veloz hacia el interior de la casa para esconderme en cualquier rincón, y empezar el juego de rigor, de que mi abuelo me buscara, siempre, sin encontrarme, a pesar de lo pequeña que era la casa, hasta justo la hora de comer.
Mi abuelo se sentaba en una mesa camilla, cerca de la ventana, por la que entraba la luz procedente del patio interior, sacaba varios canutillos de monedas hechos con papel de estraza, y en esas mismas hojas, empezaba a realizar enormes cuentas, sumando cantidades tan grandes, y a una velocidad tal, que yo me quedaba, a veces, hipnotizado mirando como realizaba unas operaciones que me parecían imposibles. Mientras, la radio, de un bonito color rojo, único aparato electrónico que había en la casa por aquel entonces, situada en la misma mesa, sonaba de fondo.
Cuando mi hermana Nuria tuvo suficiente edad, comenzó a acompañarme, y, entonces, hacíamos la ruta desde nuestra casa, en la Calle de la Flor, ya que yo ya era suficientemente mayor para ir sólo, y cuidar de ella. El rito prosiguió aun cuando mis padres se cambiaron de casa y de barrio, y mis abuelos ocuparon nuestra antigua casa. Incluso ya casado, todavía íbamos Inma y yo a la casa de Toledo, y cuando los abuelos se cambiaron a un piso a nuestro barrio, para estar al lado de mis padres, durante algún tiempo todavía seguimos yendo a comer, aunque poco a poco dejamos de hacerlo, tal vez cuando nacieron nuestros hijos. Mi abuela, todos los sábados me daba “la paga”, y me la estuvo danto hasta prácticamente cuando murió. Sacaba un paquetito de monedas envuelto en papel de un bolsillo del delantal, y me lo daba a escondidas, como para que mi abuelo no se diera cuenta, aunque yo creo que él, los sabía perfectamente.
Todo aquel periodo de mi vida se encuentra envuelto en esa nebulosa de la felicidad que experimenta un niño hasta determinada edad. A pesar de la escasez que todavía había en los años 60, y que dependíamos de un sueldo bajo, como correspondía a una familia obrera, mi infancia era feliz. Entonces, los niños jugábamos todo el día en la calle, en un mundo que iba paulatinamente ensanchándose según crecíamos, entre callejas, plazuelas, rodaderos y ruinas maravillosas. Vivíamos en una casa que compró mi bisabuelo, Braulio, con un premio que consiguió jugando a la lotería. Nunca le conocí. Siendo yo pequeño, la casa había sido dividida entre sus tres hijas: Juana, Cata y Felisa. Nosotros vivíamos en la parte de mi abuela que les había dejado a mis padres para que pudieran salir adelante cuando se casaron. Mi primo Juanjo y yo teníamos prácticamente la misma edad, y desde que nacimos éramos como uña y carne, y hasta que cumplí los diez años, y nos mudamos al nuevo barrio, no nos separamos casi nunca, salvo en el colegio, ya que nuestras madres nos habían matriculado en colegios diferentes.
Como dije antes, todo estaba donde tenía que estar. Durante todo este tiempo de infancia no sospeché nada, o puede que en algún momento de los más tardíos, ya intuyera algo. Nunca había caído en que el apellido de mi abuelo, Mateo, no lo llevaba ni mi madre ni yo, que éramos Gómez. Tengo un posible recuerdo remoto de que en algún momento tal vez escuché algo, pero entonces no lo entendía y pasó a formar parte de los misterios familiares, como tampoco conseguí entender nunca, en aquellos momentos, que mi primo Juanjo, en realidad, era el primo de mi madre, porque su madre y mi abuela, eran hermanas.
En algún momento, sin embargo, debió revelarse la verdad. No puedo situarlo. Tal vez escuché una conversación de refilón y presté más atención que otras veces, y empecé a hilar cosas por mí mismo, y a entender. En realidad, más tarde supe que mi abuela se había casado de segundas nupcias con mi abuelo Félix, en 1963, poco antes de nacer yo. Poco a poco, la historia fue tomando forma y concretándose, según fui cumpliendo años, y entendiendo lo que se contaba o no se contaba a mí alrededor. Mi abuelo, al parecer, se había marchado a la guerra en algún momento, y nunca volvió. Esta cuestión puede que también me confundiera, puesto que mi abuelo Félix hablaba, aunque poco, algunas veces de la guerra y de su participación en la misma, en la batalla de Teruel, como sanitario. La confusión era mayor cuando empezaban a llegarme flashes sueltos. ¿Había muerto mi abuelo en la guerra? ¿Si era así, cuándo había trabajado como estibador en el puerto de Marsella? ¿Por qué había ido a Francia y no había vuelto?
A pesar de que en varias ocasiones me propuse conocer la historia, nunca fue el momento, siempre lo dejé para mañana, siempre hubo otras prioridades, y la investigación se fue demorando. Ahora, casi todos los que tenían algo que decir, se han ido. Acudí demasiado tarde a esta cita. Mi abuela Felisa y mi abuelo Félix conocían gran parte de la historia. Al parecer, como supe más tarde, ellos hablaban de ello, incluso de mi abuelo Antonio. Cuando tuve la oportunidad de preguntar, no lo hice, tal vez por algo de pudor, por no despertar dolores dormidos, o simplemente porque el mundo me absorbió en otros quehaceres diarios. No sé cómo, pero toda la documentación que podía haber sobre mi abuelo, incluidas las cartas que al parecer conservó mi abuela durante muchos años, se perdió. Tengo la noción de que mi abuelo Félix, alguna vez, inició una conversación sobre la guerra viendo que yo mostraba cierto interés, pero no recuerdo bien por qué nunca tuvimos una conversación más profunda sobre el asunto. En aquellos momentos yo estaba en otras cosas, y no presté la atención o el interés necesario.
Las cartas se perdieron, y mi abuela, conocedora directa de la historia, nunca la contó, o por lo menos yo no fui testigo. Primero murió mi abuela Felisa, y con ella se fue la fuente más cercana y fiable que podía haberme aportado información de primera mano. Aunque las lagunas parece que eran muy grandes, pues una vez que mi abuelo se fue a la guerra, las informaciones que llegaron debieron hacerlo con cuentagotas, sí podía haberme permitido trazar las líneas generales de su vida, y tener certezas sobre ciertos aspectos de lo que sucedió, que ahora es difícil, si no imposible, conocer. Además, se perdió el testimonio directo de su vida. Aunque la historia de los hombres que lucharon en la guerra, o marcharon al exilio es interesante e importante, no lo es menos la de los que se quedaron, en situaciones muchas veces terribles, y teniendo que sobrevivir con muchos sacrificios.
Mi abuelo Félix, que sobrevivió a mi abuela unos cuantos años, tampoco dijo mucho. Pasamos a vernos cada vez menos, sólo en las reuniones familiares, y por aquellos tiempos yo estaba demasiado ocupado con el trabajo, la familia, o los estudios. Luego también falleció. Mi madre, que todavía vive, conocía muchas cosas, en general fragmentos, porque en los primeros años de la ausencia de mi abuelo era muy pequeña y, aunque más tarde, cuando fue un poco mayor, era ella la que escribía las cartas a su padre, no dejaba de ser una adolescente, o una joven, con los intereses de las muchachas de entonces. Hoy, mi madre, es la única testigo directo que queda, aunque nunca llegó a conocer a su padre, y los recuerdos se han ido diluyendo con el tiempo, y mezclando, en ocasiones con lecturas, aunque de vez en cuando surgen más nítidos. Algunos de esos destellos de memoria me fueron muy útiles.
Probablemente yo sea el último eslabón con lazos sentimentales lo suficientemente fuertes todavía con mi abuelo, como para sentirme obligado a contar su historia. Las circunstancias han hecho que la responsabilidad de sacarlo del olvido, recaiga sobre mí. Así pues, me dispongo a contar lo que he podido averiguar sobre la vida de mi abuelo, Antonio Gómez López. La gran distancia temporal que nos separa de los hechos, y el que mi abuelo fuera un simple obrero primero, luego soldado, y más tarde exiliado, han hecho que el rastro que ha podido dejar, es muy débil.
Su vida se desarrolló durante la primera mitad del siglo XX, un momento complejo, en lo que se conoce o puede denominar, como una encrucijada histórica. Los acontecimientos y cambios que se sucedieron desde el principio del siglo atraparon a muchas personas, a una velocidad, y con tanta fuerza, que fue imposible escapar de ellos, principalmente los más desfavorecidos. Muchos fueron arrancados como un huracán, de la que había sido su existencia natural, y arrastrados por el torbellino con incalculables consecuencias, y lanzados, al azar, a cualquier parte. La gran mayoría sólo habían conocido el trabajo duro desde niños, y el hambre, eran analfabetos, y su único afán diario era la supervivencia, vivir día a día.
Como el vendaval arrastró a miles de personas, esta historia, o similar, puede que ya haya sido contada mil veces. La trascendencia de los hechos hizo que, casi desde el primer momento, fueron narrados por muchos historiadores, o por los mismos protagonistas, generalmente los más cultos, que quisieron dejar testimonio de su propia historia. Más tarde, algunos de sus hijos intentaron rescatar las memorias, cuando sus padres todavía estaban vivos o ellos tenían fuerzas aún, antes de que fuera tarde. Un poco después, fueron los nietos, ya menos, los que recogieron el testigo de recuperar la historia familiar, cuando todavía existían testimonios.
Algunos, como decía antes, hemos esperado demasiado tiempo para iniciar esta tarea. Sólo me queda la satisfacción de que, aunque tarde, cumpliré con mi obligación. La historia de la mayoría permanece o permanecerá anónima para siempre. Gran parte de los protagonistas eran analfabetos, y por lo tanto, no han dejado constancia de su historia por escrito; otras muchas historias se perdieron en la tormenta, primero de la Guerra Civil, y más tarde de la Segunda Guerra Mundial, u olvidadas en un sótano polvoriento hasta su deterioro y pérdida total, por el paso del tiempo, la humedad, o una limpieza de trastos viejos. En España, se implantó una dictadura que arrancó de raíz cualquier deseo entre las familias de hacer preguntas. Una vez muerto el dictador, algunos se animaron a contar sus historias, o las de sus padres, pero en todo caso, siempre fueron una minoría. El tiempo ha jugado su papel. Los protagonistas fueron falleciendo y, quien podía contar la historia no tenía la formación suficiente, o ya no existía nadie que se preocupara por sacar del olvido al abuelo.
En los últimos años ha tomado fuerza, gracias a la Ley de Memoria Histórica, el rescate de familiares desaparecidos, que se encuentran enterrados por todo el territorio nacional; en cunetas, pozos, cuevas o fosas comunes. Sin embargo, aún hoy, debido a una transición defectuosa hacia la democracia, existen fuerzas reaccionarias vivas, herederas directas del franquismo, que intentan seguir imponiendo el silencio, y oponerse a un derecho tan humano como es el de querer saber dónde se encuentra enterrado el padre o el abuelo, y darle una sepultura digna en el cementerio del pueblo.
Durante cuarenta años de dictadura, los vencedores, ajustaron todas las cuentas posibles, y las imposibles, sacaron a sus muertos de las fosas, se crearon causas generales o investigaciones en todos los municipios del estado donde se pudo acusar a los vencidos, sin posibilidades de defensa, de todos los crímenes del mundo, a pesar de que los golpistas fueron ellos. Los vencedores persiguieron y acosaron a los sospechosos y a sus familias, depuraron, decidieron a quién le daban o no trabajo y por lo tanto lo mantenían sumiso, en la más absoluta miseria y dependencia, dictaron sentencias, condenaron y ajusticiaron a culpables de los crímenes que ellos quisieron, muchos siendo inocentes. Confeccionaron una historia a su medida. El tiempo ha demostrado que, aunque se realizaron crímenes por ambos bandos, el número de los producidos, y la sistematización del asesinato, fue tan desproporcionada del lado del bando vencedor, que hasta la famosa Causa General tuvo que ser cerrada en los años sesenta, porque sus resultados y realidad, a pesar de la manipulación, eran escandalosos. De forma vergonzosa, ahora, que existen libertades, cuando pueden contrastarse los datos, existen movimientos reaccionarios y negacionistas en la derecha española que acusan a la memoria histórica de revanchista, cuando no de manipulación. Así, se reclama que se dé un trato igual a los desaparecidos de ambos bandos, como si no hubieran tenido cuarenta años para honrar a los suyos, o hacer una reescritura de la historia favorable, o acorde con un reparto de culpas equilibrado entre ambos bandos, en lugar de reclamar la verdad. En apoyo de esa postura, durante el último gobierno del Partido Popular, presidido por Mariano Rajoy, se despojó a la Ley de la Memoria Historia de cualquier eficacia, dotándola de cero euros en los presupuestos, lo que equivalía a un incumplimiento flagrante de la ley, disfrazado de democracia. Una vergüenza de tamaño gigantesco, sobre todo en quienes en los asuntos que les interesan reclaman el más escrupuloso respeto de la ley. Esta actitud ha provocado el crimen de que muchos hijos, ya muy mayores, cuyo único anhelo en la vida era volver a ver a su padre, y darle una sepultura digna, hayan muerto sin haber visto cumplido este.
Hoy, cuando los protagonistas de la historia han fallecido, el detalle histórico se difumina. El interés se ha alejado de los testimonios personales y ha vuelto a centrarse en los grandes hombres, los hechos sobresalientes, las grandes batallas, o “La Nueve” liberando París. Es curioso el desconocimiento del pasado histórico que tienen algunos, que celebran que fueran españoles los que entraron en la capital francesa en las primeras posiciones cuando aún estaba ocupada por los Nazis, como si se tratara de un vencedor del Tour de Francia, y sin embargo ignoran quiénes eran esos españoles, y por qué estaban allí. Cuando algunos han sabido que eran republicanos españoles exiliados, simplemente han enmudecido. Esto nos muestra al grado de olvido al que llegamos los españoles durante los cuarenta años negros, y aún después. Los exiliados de la guerra, simplemente desaparecieron de la memoria colectiva, y ahora cuesta encajar las realidades, y afrontar los fantasmas.
En este contexto, una historia personal puede parecer un testimonio más, irrelevante, y a destiempo. Por tanto, esta historia, debe entenderse en un contexto personal o familiar. Como aquellos que lo hicieron antes, aunque tarde, también tengo esa necesidad personal, y una responsabilidad familiar por saber y por contarlo. En este sentido, no escribo esta historia para el público en general, aunque tal vez alguien pueda toparse con ella, y serle útil. Aunque hay muchas historias individuales, precisamente por eso, por ser particulares, y haberse desarrollado en múltiples situaciones y lugares geográficos, siempre puede encontrarse algún detalle o aspecto relevante. El trabajo de los investigadores, las memorias personales, y los testimonios recogidos en su momento, son un magnífico armazón para poder forrarlo con la piel de otra persona. Las líneas generales, o el contexto es similar, pero los actores son distintos y sus historias singulares, debido al azar personal.
Quiero creer que la historia de mi abuelo puede aportar algo para la historia, y para los hijos o nietos que todavía siguen buscando respuestas. Tal vez a alguien le anime a iniciar su búsqueda, o encuentre un dato interesante que les ayude a completar una historia o a tirar del hilo que se había roto, no aparecía, o la pista necesaria para arrancar otra investigación. Muchos de los aspectos que voy a tratar en las próximas páginas son desconocidos para gran parte de los españoles, sobre todo los sucesos que tuvieron lugar en Francia. Además, el recorrido vital de mi abuelo en el país vecino, precisamente porque se centra en gran parte en una zona muy concreta de Francia, los Alpes, ha sido poco citado en los testimonios contados por los protagonistas, y poco tratado, o muy fragmentariamente, en trabajos de investigación.
Gran parte de la información, después de tantos años pasados, se ha perdido. Otra parte permanece oculta y se resiste a ser alcanzada. Sin embargo, llega un momento en el que es preciso decidirse, empezar a contar la historia. No es posible esperar hasta que se hayan recolectado todos los datos, porque con toda seguridad, muchos, por desgracia, han desaparecido, tal vez en un incendio, una inundación, o cualquier accidente o circunstancia. El tiempo ha cumplido su trabajo. Puede que un documento crucial para la investigación esté traspapelado en un archivo que no le corresponde y, por tanto, igualmente desaparecido. Sin embargo, algunas informaciones podrán aparecer según avance el relato, y otras seguirán apareciendo a lo largo del tiempo, por lo que la historia no puede darse por cerrada.
Un acontecimiento, aparentemente banal, hizo arrancar, por fin, mi investigación, aunque la misma no ha sido un proceso continuo, sino que ha estado llena de altibajos, e incluso de paradas prolongadas, aparentemente inexplicables. Desde hace unos años, algunos veranos pasamos las vacaciones junto a unos amigos franceses. En el año 2015, ellos iban a viajar de vacaciones a Marsella, y nos propusieron pasar unos días juntos e, inmediatamente, se abrió la posibilidad de combinar las vacaciones con buscar el rastro de mi abuelo en esa ciudad, que como veremos, era uno de los datos seguros desde el principio; e incluso de intentar buscar el lugar donde debía estar enterrado.
Al empezar esta investigación sólo contaba con unos pocos datos, escasos y fragmentarios, algunos ni siquiera seguros, provenientes de mi madre, de los recuerdos de conversaciones que siendo niña había escuchado de los mayores, o que recordaba de cuando era más joven, probablemente algo distorsionados por el tiempo. Desde que falleció su padre, hasta ahora, han pasado 65 años, suficientes para olvidar muchas cosas, y para que otras aparezcan mezcladas o distorsionadas en su memoria, en una amalgama de ideas que unen recuerdos infantiles y conversaciones escuchadas, con otros recuerdos o lecturas actuales, de forma que es difícil, muchas veces, separar lo real de lo imaginario. No obstante ella era mi principal fuente de datos directos, con los que empezar a tirar del hilo de la historia.
De la documentación que probablemente existió, sólo han sobrevivido dos fotografías con la imagen de mi abuelo Antonio. Una de ellas está realizada por un estudio de Marsella, según el sello que figura en el reverso, y en ella aparece él paseando (probablemente un posado para enviar a su esposa) por una calle de la ciudad. En la otra aparece mi abuelo sujetando un perrillo, en un patio de lo que parece una vivienda, con una pila al fondo. Hay una tercera fotografía que guardaba mi madre. Se trata de la imagen aérea de un edificio de grandes dimensiones, que en la parte trasera tiene unas notas escritas, en tinta azul, puede que de la propia mano de Antonio. Una fotografía que resultará muy reveladora una vez descubiertos sus secretos.
Salvo algunas cosas sueltas más, desconocía prácticamente todo de mi abuelo. También tenía, como pude descubrir pronto, unos conocimientos muy básicos de la historia de la primera mitad del siglo XX en España, y menos aún de la de Francia antes y después de la Segunda Guerra Mundial, e incluso, mucho menores todavía, de la suerte que corrieron los españoles que se refugiaron allí huyendo de la Guerra Civil. Lo que conocía inicialmente era que fue a la guerra y resultó herido en algún momento, y que entre la niebla de los recuerdos aparece el nombre difuminado, tal vez de Líster, y permanentemente, Teruel; en Francia estuvo recluido en el campo de concentración de Argelés-sur-Mer; que vivió en Marsella, donde trabajó de estibador en el puerto, al parecer compartiendo vivienda con un amigo, y que falleció, según contaba mi madre, a consecuencia de “un enfriamiento” que derivó en tuberculosis, después de haber caído al mar durante el trabajo; también que había alguien que traía noticias, de vez en cuando, a mi abuela sobre mi abuelo; que una vez fallecido enviaron desde el Consulado en Marsella una maleta con ropa, algo de dinero y las fotografías mencionadas junto a las que mi abuela le había enviado de ella y su hoja desde España; que desaconsejaron desde el mismo consulado, a mi abuela, que comprara a una tumba con ese dinero, dada su precaria situación económica; o también el recuerdo difuminado que tenía mi madre de un nombre, cuyo significado desconocía: Les Milles. Apenas sabía poco más, y estos eran los hilos desde los que empezar a tirar.
Cuando empezaba la investigación no imaginaba a donde podía llevarme, o las dificultades con que me encontraría. Me quedó claro, casi desde el principio, cuando empecé a recabar datos de archivos, que había cosas que no comprendía y que tenía que empezar a estudiar un poco el contexto, para poder avanzar de forma firme. En realidad, ni siquiera tenía claro cómo había terminado mi abuelo en Francia, ni en Marsella, salvo lo que podía intuir con los datos que ya tenía.
Había que ir llenando los vacíos. Nunca pensé que iba a ser tan difícil, y que la investigación alcanzaría las dimensiones que ha alcanzado. La búsqueda de información o datos de la historia hace que estos vayan apareciendo poco a poco, y en general, siempre desordenados. Es como cuando se compone un puzle, que determinadas fichas sólo pueden encajar cuando se han colocado las otras. De esta forma, a lo largo de la investigación, mi madre fue recordando cosas, o los archivos fueron hablando, siempre desordenadamente. La distancia que nos separa de algunos lugares de Francia han complicado mucho más las cosas, al no poder acceder a toda la información posible, y tener que recabarla en cortos espacios de tiempo. Resultaba enormemente frustrante que, después de una viaje de miles de kilómetros, a la vuelta, una vez analizados los documentos obtenidos, descubrir informaciones que llevaban a otras pistas que hacían necesaria la vuelta otra vez a los mismos lugares.
Otro aspecto a resaltar son las dificultades que he encontrado a la hora de buscar datos sobre la vida de mi abuelo en la Guerra Civil, o en España, en general, hasta el punto de que su historia, durante este periodo está basada, principalmente, en indicios, aunque pienso que muchos de ellos son muy sólidos. A mejorar la situación tampoco ha contribuido su nombre, demasiado normal o común, de forma que en cualquier búsqueda que realizara, siempre apareció un número considerable de Antonios Gómez, incluso con el segundo apellido, López, que, sin embargo, eran imposibles de relacionar con mi abuelo, bien porque directamente no podían ser él por el rango militar, por dónde se encontraban, o por falta de algún otro dato que pudiera confirmar su identidad. Los archivos están llenos de listados en los que aparecen nombres de personas sin ninguna otra referencia, y por lo tanto, no es posible asegurar que sean una persona concreta. Sin embargo, en Francia, su historia, aunque en algunos aspectos existen lagunas, he podido reconstruir con bastante seguridad su recorrido vital, en base a los documentos encontrados en los archivos.
Me parece interesante narrar algunos aspectos del proceso investigador, porque pueden resultar útiles a alguien, y para que la historia no se enrede, y resulte comprensible, intentará seguir un hilo cronológico. De esta forma, la historia se desarrolla en dos planos temporales, el histórico, que irá progresando a lo largo del tiempo, y el presente, en el que reseñaré lo que aconteció en nuestros viajes, y en el que el lector podrá percibir algunos saltos temporales que obedecen a que las informaciones aparecidas, como decía, no lo hicieron por orden sino en diferentes momentos, no siempre correlativos con la evolución de la historia.
Me propongo hacer lo más accesible posible el proceso de investigación, con la aportación de todos los datos que han sido relevantes para mi trabajo, la bibliografía y las páginas webs consultadas, direcciones y formas de consultar archivos, las referencias legales, sitios que visitar, mapas generados por mí, los documentos que he conseguido obtener en los archivos, los problemas que he encontrado, etc., todo ello con la intención de facilitar el trabajo y animar a otros hijos o nietos a conocer la historia de su abuelo, o contribuir a facilitar el acceso a cualquiera, a la información disponible. Con esta idea, toda la información que se aporta en este blog que se corresponde con textos, cuadros o mapas, redactados por mí, la considero de libre acceso, aunque como es normal, si alguien los utiliza, debería ser citada.
Poco a poco iré desgranando la historia en este blog. Se trata del mecanismo de difusión más fácil y rápido que conozco, donde no sólo se puede incorporar el texto con hilo principal de la historia, sino que la herramienta permite, además, hacer fácilmente accesible todo tipo de enlaces, fotografías, mapas, documentos, etc., de forma que el texto se enriquece de forma importante.
Aunque, como he dicho más arriba, en algún momento hay que parar de investigar, y ponerse a contar la historia, yo no doy por cerrado el trabajo. Continuamente se están escaneando documentos en los archivos y se ponen a disposición del público, por lo que es posible que puedan aparecer nuevas informaciones relevantes para completar la historia de mi abuelo. Por eso, este blog permanecerá, esa es mi intención, siempre abierto y en construcción. Las entradas, como podrá comprobar el lector, aparecen encabezadas por la versión correspondiente a la fecha de publicación. Como herramienta complementaria, el blog se acompañará de una página de Facebook, donde se irán incorporando y avisando, la publicación de los nuevos capítulos y las novedades en cuanto a las versiones actualizadas.
Finalmente, a pesar de conocer las ventajas de las nuevas tecnologías en cuanto a sus posibilidades para la investigación y la difusión, reconozco, como ciudadano de un mundo en transición entre la sociedad analógica y la sociedad digital, mi debilidad por el formato papel, por lo que mi intención es hacer que una parte de este trabajo, la más esencial, sea editada en el formato tradicional de libro, para que pueda descansar, como debe de ser, en mi biblioteca personal. Reconozco el poco interés que puede tener una publicación de este tipo para el público en general, sobre todo cuando todo estará disponible en la red, por lo que acudiré, probablemente, a la autoedición, por esa necesidad de poder tocar y oler las páginas donde descanse el producto de mi esfuerzo.
Esta historia va dirigida principalmente a mi madre, necesitada de saber, y a mis hijos y a sus futuros hijos, para que ellos, que son el futuro, puedan construir o dirigir sus vidas sobre el cimiento de conocer de dónde vienen, y les sirva para valorar lo que tengan en cada momento, y que es necesario, siempre, intentar mejorar el mundo en el que viven, no olvidar el pasado, para no volver a repetirlo en sus aspectos negativos, y tal vez pueda aportarles valores de honradez, solidaridad, compasión, o agradecimiento, y puedan reconocer todo eso en el sacrificio de sus antepasados. Y no me puedo olvidar de mi mujer, Inma, que me ha acompañado en todos y cada uno de los viajes que hemos realizado, ha revisado gran parte de este trabajo, ha aportado ideas, discutido y comentado los textos, lo cual me ha permitido enriquecerlos, por lo que, en cierto sentido, este trabajo es de los dos, porque ambos hemos aprendido mucho, juntos.